
“La República Galáctica está sumida en el caos…” Así podía haber empezado este preámbulo, con líneas de tipografía amarilla lentamente ascendiendo y alejándose en escorzo sobre un fondo negro sideral:
Un Estado se agrieta. Se sueña y se exige una nueva República. Se agotan las componendas. Hormiguean las ideas. Filas de legítimas siluetas entusiastas. Se habilitan miles de urnas furtivas: hornacinas sin santo, transparentes lipsanotecas de viejas reliquias renacientes. Se aprovincian y acastillan tricornios en bajeles de vodevil. Se vota en masa. Se distribuyen democráticamente porras, gases y balas de goma. Se censan heridas y vejaciones: cuencas sin ojo; dedos crispados, guernicanos; hilos de sangre que se bifurcan en otros que se bifurcan en otros; fontanelas indeseadas; injustas livideces. De un lado se grita, se congrega, se leen proclamas. Del otro se calla, se miente, se encarcela. Y se juzga, se escarnece, se hace mofa: se piden abjuraciones, profesiones de fe, retractaciones. Se cita mucho a Carl Schmitt. Resucitan algunos corruptos muertos, incorruptos. Se apela a otros muertos impolutos. Se desafía, se desacata, se insinúa parlamentariamente una declaración. Se acepta la existencia de un nuevo planeta cuántico, dentro y fuera del Sistema al mismo tiempo. Se vuelve a callar, a mentir, a encarcelar. Se vuelve a gritar, a congregar, a proclamar. Inmensos rosarios humanos, luciérnagas indignadas y esperanzadas. Llegan frentes fríos, indiferentes, de las cumbres europeas. Y en lontananza, unos prófugos exiliados gritan, en inglés y en francés, al vacío. Se extienden los apelativos: sedicioso, rebelde, tumultuario. Las togas extienden su niebla oscura sobre los hechos. Se blande un códice constitucional y se blinda en un búnker de intransigencia. Se esgrime y se asesta un artículo legal a modo de bayoneta. Un ejército silencioso de 155 soldados de tinta. Mientras el animal social – zoon politikon – todavía sangra, se le ofrecen los programas del siguiente acto del Gran Guiñol: unas papeletas manchadas. Un nuevo escenario para que todo sigo siendo un entremés – pan y circo – y nada cambie, para que la casta siga siendo élite y el pueblo, plebe: obedientes, acéfalos, discretos vasallos.
“Eppur si muove”
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Recortado, como hombre de papel que es, sobre este fondo voraginoso – cual marioneta sobre un colorido decorado barroco – el protagonista de estas historias, L’Oracle, nos mira con sus dos rostros barbados, bifronte. Y contempla su alrededor con un gesto a la vez perplejo, sonriente, sensible y desapegado.
Su perplejidad nace del asombro, de la curiosidad, del pensamiento crítico; pues sin estos su percepción se quedaría en aceptación resignada, en indiferencia, en sometimiento. Perplejidad a la que aludía Pirandello cuando decía que los humoristas crean una lógica sutil en medio de los absurdos de la retórica y de la visión unilateral de la vida.
Nada de lo que sucede le es ajeno, y sin embargo, poco de lo que sucede le parece fácilmente comprensible, éticamente cabal, políticamente serio. L’Oracle, no obstante, no adoctrina ni recibe doctrina, no lanza consignas ni las reverbera. Acaso, como el efecto especular que Josep Pla atribuía a su escritura, nuestro personaje se pasea por las calles del presente con el espejo – a veces veraz, a veces convexo – de su mirada binocular y nos muestra lo que ve.
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Comentemos, de entre las múltiples facetas que nos muestran estas historias de Jaume Aguirre, algunas que puedan dar claves sobre L’Oracle.
Ramón Gómez de la Serna, con su ensayo sobre el humorismo, nos brindará algunos buenos trazos con los que dibujar este retrato.
La bifrontalidad de L’Oracle, como la de Jano/Hermes, tiene varias interpretaciones, que añaden complejidad y riqueza a su visión. L’Oracle, para empezar, sufre bipolaridad idiomática, eso que llaman bilingüismo. Ese dualismo lingüístico procede – núcleo de la cebolla – de un sincretismo más profundo en el que se solazan, abrazados, Quevedo y Ramón Llull, Don Quijote y Tirant Lo Blanc, Manuel de Falla y Pau Casals, García Lorca y Joan Brossa, Velázquez y Salvador Dalí, Camarón de la Isla y Pau Riba, entre muchos otros. Simbiosis, pues, identitaria, que le impide, por principio, aceptar ningún discurso narcisista, purista o solipsista. Ciudadano del mundo, caminante sin hogar, hijo, también él, de la noche del siglo, le desconcierta cualquier mirada monocular sobre la realidad. Y por eso se admira de vivir en estos tiempos de ítacas y cíclopes.
Decía Pirandello: “el humorismo es el sentimiento del contrario, un Hermes bifronte, una de cuyas caras se ríe de las lágrimas que vierte la otra.”
Las dos caras de L’Oracle: una llora por las aristas de una realidad doliente y estridente; la otra ríe con los que ríen, vislumbra el trasfondo acartonado de los discursos altísonos, descubre la tramoya de los grandes púlpitos, celebra la vida que se cuela, indómita, entre las grietas de la realidad aparente.
“Sólo se puede soportar el tinglado de lo social gracias al humor”, decía Ramón. Y añadía: “Gracias al humorismo se salvan los temas y se hacen perdonar su calidad de obsesión, su siempre simple intriga, sus usadas pasiones”.
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Duplicidad bifronte, pues, que se opone a la unilateralidad ciclópea. Lex inversa que introduce lo serio en lo jocoso, como decía Taine. L’Oracle, con su humor de cine mudo, nos muestra el doblez de los hechos, la sombra deformada de sus actores, esa “grotesca sombra de los seres con tricornio y lo serio de las sombras grotescas.” Mirada que multiplica, relativiza, enriquece, en lugar de uniformar, dogmatizar, simplificar.
Pawlowski: “El humor es el sentido exacto de la relatividad de todas las cosas, es decir, la crítica constante de lo que cree ser definitivo, la puerta abierta a las nuevas posibilidades sin las que ningún progreso del espíritu sería posible. El humor no puede llegar a conclusiones, puesto que toda conclusión es una muerte intelectual”
Mirada, pues, abierta, crítica, avizoradora de nuevos escenarios, inconclusa, viva.
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Y por todo lo anterior, mirada desafiante, disolvente, rebelde, que pone en tremulancia los viejos sillares de la tradición, todo el arquitrabado del status quo y del Orden del Discurso.
De nuevo Ramón: “El humorista es el gran químico de disolvencias, y si no acaba de ser querido y a veces se oponen a él duramente los autoritarios, es porque es antisocial… antipolítico”.
“Antisocial” y “antipolítico”, sin embargo, solo en el sentido en que no se deja diluir en un concepto monolítico y monocromo de Sociedad; ni permite que reduzcan su pensamiento a unas siglas, ni a las franjas rojigualdas de ninguna bandera. En su humor en ocasiones atrementinado, en su capacidad de excoriar los muros de los grandes consensos acríticos, L’Oracle se nos presenta desnudo, lejos de las bandadas de los abanderados, en la intemperie de su vivir descalzo.
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L’Oracle también bifronte en su actitud vital:
A veces, confundido entre el gentío – personas que trabajan y juegan y sudan como él – se enfrenta a las hordas armadas del Orden, engalonadas de negrura, ocultas tras sus anteojos opacos: los falsos anteojos de la Ley. Entonces su palabra es la misma palabra común en la lucha, una palabra enjambre, una palabra arenisca, una palabra honda. Y L’Oracle es uno más de tantos davides que se enfrentan a Goliat.
Pero otras veces, sentado en su portal, como quien fuma y espera quietamente, se enfrenta también a la desazón del ánimo, al secuestro laboral del cuerpo, a la invasión mediática de la intimidad, al ruido de los monarcas, de los ministros, de los ujieres y de los jueces, de los himnos y los mesías, de las consignas y las promesas, de tanto papel mojado. Y su silencio es una sonrisa que parece decir con Larra: “Me apresuro a reír de todo… por temor a verme obligado a llorar por todo” y, en los momentos de mayor esperanza, con Mark Twain: “El humor es nuestra salud. Cuando aparece, toda dificultad se vence, todo rencor se evapora. Y la tempestad de nuestras cóleras se abren a un alegre sol.”
L’Oracle, tal como lo vemos en la ilustración preliminar, se siente a menudo como un monje zen en zapatillas, transitando entre el ruidoso samsara de la actualidad y el nirvana sosegado de las “quietas, silenciosas, inmensas distancias de su alma”.
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LA ROBA ESTESA
Estas historias, primera entrega de las andanzas de L’Oracle, también podían haberse titulado “Guía para perplejos”, copiando a Maimónides y usando el asombro como rasgo definitorio de la percepción de nuestro personaje. O acaso “Moros en la costa”, en traducción tan limpiamente hispánica como xenófoba, pero de tan desaconsejado uso en letra impresa. Las expresiones “La roba estesa”, en catalán, o “hay moros en la costa”, en castellano, aluden al debate explícito, ya inevitable, sobre la presencia acaparadora de dos relatos que quieren imponerse sobre una misma realidad social. Es el momento en el que ya se han dicho las cosas supuestamente indecibles; en el que muchas máscaras han caído; en el que han subido a la palestra de la luz algunas sombras – arcaizantes, retrógradas, beligerantes – que fingían estar en sus cuevas; y en el que otras – jóvenes, atisbadoras, pacíficas – han pasado de la timidez al clamor, de la grisalla estatutaria al resplandor de las calles.
(Aquí, en Catalunya, habría que distinguir estas “nuevas voces” de otras proclamas vernáculas, endogámicas, consuetudinarias, que aún viven bajo el palio de viejos identitarismos burgueses. L’Oracle, ante estas voces , quizá diría como Yupanqui: “Me preguntan de dónde soy. – De tanto no tener nada, no tengo ni de adónde soy”).
Pero para ciertos estamentos caquis y verdeolivas, hay ya demasiada ropa por tender, demasiados “moros en la costa”: almogávares catalanistas, beduinos republicanos, mozárabes quincemayistas y todas las taifas de anarquistas, municipalistas y comuneros. Y aquellos, cristianos viejos partidarios de la limpieza de ideas, de Lengua y de Patria, se han propuesto “devolver a la normalidad” la insoslayable turbulencia de los tiempos – la crisis, la crítica y la catarsis – a golpe de leyes, decretos y vareadas.
“Gracias al humorismo, el artista evita el creer resolver problemas que son insolubles y que tal vez ni problemas son, sino la vida mal planteada, defectos de la vida confinada en pequeños círculos. Gracias a ese recurso de la elevación, se pone en extremos de luz el margen en que estará el porvenir con respecto a muchas cosas y deja abierto el círculo, en vez de cerrarlo…” Ramón Gómez de la Serna
Libros de Aldarán os invita a pasearos por estas crónicas con el mismo ánimo ligero, observador, perplejo y satírico con que lo hace L’Oracle: a descerrajar los falsos problemas, a replantear la vida, a otear con alegría por la mirilla del porvenir, sin cerrarla. Y, en definitiva, a divertiros con ellas, con esa sonrisa muda y sin embargo elocuente, catalizadora, con la que ríen aquellos que nunca separan la risa del pensamiento, el humor de la reflexión crítica… y viceversa.
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Los títulos de las historias resumen, en homenaje y a la manera de los Caprichos de Goya, el hueso narrativo de cada una de ellas. Dejo a los lectores la decisión de leer estos resúmenes al final, tras la contemplación directa de las historias gráficas.
“La roba estesa”, imagen que sirve de portada, saca todos los ropajes del momento al balcón y los airea con humor; observa con incredulidad el ambiente y fotografía sin filtros su complejidad, su colorido aderezo, la caricatura realista que este le ofrece.
(Pues no se olvide que el dibujante no se inventa las caricaturas – los toros y los burros, las banderolas, las actitudes – sino que son los mismos retratados los que, con sus símbolos y aspavientos, le ofrecen un esbozo casi definitivo).
“Del nirvana al samsara” muestra, como hemos dicho, el conflicto entre la realidad interior – capaz de abrir espacios de paz y de silencio – y la exterior – postrada a las rutinas agrisadas, inmersa en el theatrum mundi.
“Torres de Babel (Gen. 11:9)”, remedando el mito bíblico, va un paso más allá en el tema del bilingüismo y nos recuerda que vivimos en un mundo plurilingüe, multicultural, mucho más heterogéneo que el que los frentistas nos quieren dibujar.
“¿Quién son los golpistas?” provoca una fértil polisemia: ante las acusaciones recíprocas de “golpistas”, ¿quién ha recibido verdaderamente los golpes?
“Apegados al arcaísmo” caricaturiza el afán de ciertos constitucionalistas (raras veces progresistas) como una forma de paleografía política inmovilista.
“Monarquía moderna, ese oxímoron” denuncia la invariabilidad de ciertas instituciones, aunque se vistan con nuevos indumentos. Y hace pensar en otros monstruos léxicos muy en boga, como “armas inteligentes” y “guerra preventiva” entre otros.
“Huyendo de la isla ciclópea” retrata, con referencia homérica, el deseo de mucha gente que, a disgusto en un Estado de gobierno monocular, unilateral, monádico, prefieren huir y navegar a solas hacia su Ítaca soñada, entre el estruendo de las rocas que caen alrededor.
“De cornúpetos y jumentos” y “«A cada uno lo suyo»” , valiéndose de símbolos integrados y ensalzados por sus partidarios, imagina situaciones esperpénticas, pero arquetípicas, en las que se muestran posibles idiosincrasias culturales e irresolubles contradicciones.
“El fin de Krypton o «con su pan se lo coman»” e “Inmersiones y sincretismos” señalan risueñamente los vanos ideales y la general indiferencia hacia el Otro, predominante en nuestras élites políticas y entre muchos de los individuos del pueblo.
“Y a eso le llaman diálogo” advierte de la falsedad de ciertas dialécticas establecidas, de la imposibilidad de llamar dialogantes a los sujetos que solo monologan, que cuando hablan en verdad recitan y que llegan a considerar la porra y el empujón, el gas y el disparo, el miedo y la amenaza, como elementos de una sintaxis válida.
“¿Quién roerá la zanahoria?” cuestiona ciertos mitos del bienestar y el progreso, asumidos por muchos como premisa, que intentan convertir a la actual Unión Europa en sinónimo automático de dicha, de derechos y de riqueza, cuando ésta, de momento, es en realidad un encumbrado falansterio a las órdenes de Mr. Trade.
“La espada de Themis: secesiones y escisiones” nos mueve a reflexión sobre la supuesta imparcialidad de la justicia, sobre la dudosa separación de poderes y sobre la difícil cirugía de un cuerpo nacional que se niega a la operación, y cuyo miembro a liberar contiene, parece ser, la mitad de su células listas para la extracción, y la otra mitad consanguinizada al resto del organismo.
“De todo sacan partido: papel mojado, papel aprovechado” divierte el pensamiento sobre el fenómeno de la propaganda: en su esencial vanidad (en los dos sentidos) y en el derroche de recursos que supone. L’Oracle, sin embargo, le sabe sacar partido: para crear sus historias y… para taparse de tanta lluvia!
Christian T. Arjona